Existe un momento único e irrepetible en el mundo del deporte. Quizás hasta pasa inadvertido. Es un gesto minúsculo. Un elemento intangible, que no tiene nada que ver con el desarrollo de un partido. No obstante, la piel de Cuervo se te eriza ante esa gesta inigualable. Porque no hay, ni habrá, momento similar a cuando el equipo se va al vestuario y la gente lo baña en un ensordecedor aplauso. Un aplauso. Sin más. Que baja de la tribuna al cajón de los recuerdos del corazón.
Y es que el partido que jugó San Lorenzo no fue para menos. Desarrollo perfecto desde el juego, goleada en la chapa y la ilusión en el cielo. En el Gorki Grana, goleó 4-0 a Independiente y se metió en la final de la Copa Argentina.
Vidal abrió la cuenta con el manual del goleador en la cabeza: aguantó la pelota de espaldas, giró, sacó el zurdazo y la clavó en el ángulo inferior del arquero del Rojo. Un verdadero golazo. Minutos después, un contragolpe se iniciaría en los guantes de Steccato, que habilitó a Menzeguez para que definiera sutilmente de zurda y pusiera el 2-0 con el que bajaría el telón del primer capítulo. En la segunda mitad, San Lorenzo siguió presionando, teniendo la pelota y el famoso "oooole, ooooooole" empezó a caer de la tribuna. Volvió aparecer Vidal, que clavó el tercero con el empeine después de un taco de Baisel y Quintairos, con una jugada a pura gambeta, le puso la firma al resultado final: 4-0.
Ahora, el Ciclón enfrentará a Kimberley en busca del título: el próximo jueves, en horario a confirmar, otra vez en el Gorki Grana.
Y que el corazón tenga lugar para un aplauso más.